Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 17 de noviembre de 2011

1020.- SALVADOR BERMÚDEZ DE CASTRO


Salvador Bermúdez de Castro y Díez, I marqués de Lema (Jerez de la Frontera, provincia de Cádiz, 6 de agosto de 1817 - Roma, 23 de marzo de 1883), poeta, historiador y diplomático español.

Se instaló en Madrid en 1837 tras doctorarse en leyes por la Universidad de Sevilla. Se dio a conocer en el Liceo y el Ateneo, colaboró en la prensa periódica y fundó El Iris (febrero-noviembre de 1841), donde publicó numerosos artículos, así como su notable estudio sobre Antonio Pérez. A partir de 1842 se consagró fundamentalmente a su labor de hombre público como diplomático. Jefe de Misión en México (1844 a 1847), donde conspiró, según un plan diseñado por Ramón María Narváez, para transformar ese Estado en una monarquía borbónica. En Nápoles fue embajador ante las Dos Sicilias (1853 -1864). El Rey Francisco II de Nápoles le otorgó los ducados de Ripalda (1859) y de Santa Lucía (1860), este último por su participación en la defensa de Gaeta. La Reina Isabel II le otorgó el marquesado de Lema (1858). Embajador en París (1865), renunció en 1866 y se afincó en Roma, donde murió. Era hermano del también político Manuel Bermúdez de Castro y Díez

Obra
Poeta perteneciente al Romanticismo, de la escuela de Gabriel García Tassara. Autor de un Antonio Perez, secretario de estado del Rey Felipe II: estudios históricos (1841).Compuso también, para la Galería de españoles célebres contemporáneos de Vicente de Lalama, la biografía de D. Manuel Montes de Oca, Madrid, 1842. De ideología conservadora, planteó sin embargo temas sociales y tuvo inquietudes religiosas que expresó en poemas como "La duda", uno de los más famosos que escribió. En 1840 publicó sus Ensayos poéticos, una muy corta colección de versos donde domina la desolación y el escepticismo, fruto, según él, de una sociedad caótica sin fe ni esperanza. Creó la "bermudina", una estrofa consistente en dos cuartetos de endecasílabos con finales agudos (11-, 11A,11A,11B';11-,11C,11C,11B').









Flores de un día

¡Calla por Dios! del cántico el sonido
tristes recuerdos en mi mente evoca;
cada palabra de tu hermosa boca
hiere, cual flecha, mi doliente oído.

En lo pasado el corazón perdido,
dulce ilusión, al evocarte invoca:
proyectos vanos de mi audacia loca,
dulces sueños de amor, ¿dónde habéis ido?

Yo no lo sé, pero cansancio inerte
vuestros odiosos gozos me dejaron,
y ora la ansiada paz busco en la muerte:

Las penas en mi pecho se ensañaron,
y a las angustias de mi horrible suerte
los dioses que adoré me abandonaron.











Tempestad

Por entre escollos, en mi intento ciego,
mi frágil nave en soledad perdida,
por los desiertos mares de la vida,
buscando un mundo, cual Colón, navego.

Mas no entre llanto sonará mi ruego,
aunque las sirtes del abismo mida,
aunque los aires lóbregos divida
con roja luz relámpago de fuego.

¡Ah! ¿Qué me importa en la común corriente
ir de otro mundo a la remota arena,
si alzo a las nubes mi tranquila frente?

Brille de orgullo mi bandera llena,
y entre las olas por el roto puente,
y cruja el viento en la quebrada entena.











DELEITES

Abandonadme ya, tristes ensueños
Que pesáis sobre el pecho estremecido!
Desde que vino el alba os he sentido
Mis palpitantes sienes golpear;
Y aun escucho en mi cerebro abrasado
Zumbar los ecos de letal tristeza,
0ra que el sol reclina su cabeza
En las ondas de púrpura del mar.


En vano con la plácida. esperanza
De adormir las serpientes de mis penas
Hice correr el opio por mis venas
Para templar su devorante ardor.
Continua agitación, no blanda calma.
Vino a atizar la hoguera del martirio;
Sus espantosos sueños, su delirio
Doblaron con angustia mi dolor.

Tú, a quien no puedo resistir, concede
Breve descanso al ánima doliente
Déjame ver al sol en occidente
Recoger sus destellos y morir;
Siempre baño mi corazón llagado
Con bálsamo dulcísimo esa hora :
Si ha de llegar la muerte con la aurora.
La miraré con júbilo venir.

Deja volver mi vista a lo que ha sido,
Y sobre un alma de cansancio llena,
Como gotas de lluvia sobre arena,
Las memorias estériles caerán.
No temas, no, que de mis secos ojos
Desprenda el llanto su raudal de duelo,
Que aun cuando pida lágrimas al cielo,
Lágrimas a mis ojos no vendrán.

Hay consuelos y vida para el alma
Donde del aura al suspirar sonoro
Se eleva un sol espléndido, de oro,
Sobre un cielo de nácar y zafir.
Hay un recuerdo allí, donde los mares
Besan las playas con amantes olas;
Donde riza entre sauces y amapolas
Su corriente de azul Guadalquivir.

Llevadme allá: naturaleza amante
Deja al hombre gozarse en sus sonrisas;
Sus perfumes, sus ondas y sus brisas
Vuelven la vida al triste corazón.
Al traspasar la falda de la sierra,
Respirando tu aliento, Andalucía,
Mi vista, débil ya, deslumbraría
La clara luz de mi natal región.

Las copas de los sauces de tus montes
Al viento flotan en la verde falda;
Como redes de plata entre esmeralda,
Los arroyos esparcen su cristal.
Y en tus selvas... ¡cuan dulce ver la luna
Brillar por entre el lóbrego ramaje,
Mientras cubre fantástico celaje
Su blanca frente cual sutil cendal!

Noches de amor! Las plácidas orillas
Brindan con grutas de misterios llenas;
Llegan las ondas lánguidas, serenas,
A apagar de los sauces el ardor.
¿Quién respirando el delicioso ambiente,
No siente arder su pecho moribundo,
Si los suspiros del dormido mundo
Son un himno magnífico de amor?

0h! cuando en medio de la espesa niebla
Que cubre aquí la atmósfera sombría,
Fantasmas de mi ardiente fantasía,
Descansáis vuestras alas junto a mí,
Vuelve otra vez la juventud lozana
Con su séquito inmenso de ilusiones,
Y á todas vuestras mágicas visiones
Da vida mi doliente frenesí.

Entonces pasa tu divina sombra,
Amante, Elvira, cual lo fuera un día;
Vuelvo a escuchar tu voz, y todavía
Siento mi sangre al corazón correr.
Faltan voces al labio estremecido,
Y amorosos mis ojos como antes,
Clavo en tus ojos húmedos, brillantes
Con expresión celeste de placer.

Y otra vez vuelan rápidas las horas
En deleites divinos disipadas;
Y otra vez a tus lánguidas miradas
Late mi pecho con dichoso afán;
Y otra vez reclinado en las orillas,
Del pescador oyendo cantares,
Jazmines y violetas y azahares
Sus perfumes dulcísimos nos dan.

¡Guadalquivir! junto a tu verde orilla,
De tus valles floridos en la calma,
Las dulces ilusiones de mi alma
Nacer a un tiempo y marchitarse vi.
La tierra era un Edén, cuando en los aires
Transparentes y azules, sacudía
El cielo de cristal de Andalucía
Sus nubes de topacios sobre mi.

Vuela mi pensamiento a do la costa
Elevase de Cádiz encantada,
Cual la concha de Venus, arrullada
Por la espuma pacifica del mar.
Allí llegan al soplo de las auras
Las blancas ondas de murmullo llenas,
Los miembros de marfil de sus sirenas
Con sus liquidas perlas á bañar.

¿Porqué aun resuenan en m1 triste oído,
Del mar al eco sus celestes cantos?
¿Porqué miro sus mágicos encantos,
Sus bellos rostros que formó el amor?
¿Porqué otra vez, o Laura, como flechas.
En mi pecho tus cánticos se hunden,
Y el arpa y los suspiros se confunden
En las noches sin fin de mi dolor?...

¡Volad, volad, memorias! ¿que se han hecho
Las mujeres que amé cándidas, puras?
Beben las unas heces y amarguras,
O yacen tristes en marmóreo lecho.
En rico carro, bajo ebúrneo techo,
Rameras otras, pérfidas, impuras,
Van a vender sus yertas hermosuras,
Sus secos labios, su insensible pecho.
Todas ya sin amor, sin emociones.

A una dicha tristísima, mentida,
Rindieron sus ardientes corazones.
Pálidas sombras de ilusión perdida,
Dejadme sin mis fúlgidas visiones,
Pero pasad, aunque llevéis mi vida. '

Llegad, fantasmas bellos de deleites!
Los que vertéis en mágico conjuro
De la mujer sobre el semblante puro
Blandas tintas de nácar y arrebol;
Los que bañando en néctar y delicias
Sus encantados labios de corales,
Nadáis en sus sonrisas celestiales,
Cual astros en la atmósfera del sol!

Vosotros que giráis, como las auras, _
Entre sus negros, nítidos cabellos,
Cayendo en trenzas en sus hombros bellos.
Flotando en rizos en su blanca sien;
Vosotros, los que amantes a su oído,
Murmuráis las palabras amorosas,
Cual la esperanza dulces, cariñosas,
Cual la esperanza pérfidas también.


¡Espíritus que en ojos seductores
vibráis ardiente rayo, diamantino;
Los que velando su fulgor divino,
Prestáis mas languidez a la beldad;
Venid todos; espíritus, fantasmas
Que inspiráis los engaños, los amores,
Dejad encantos, y dejad dolores;
No imploro vuestras redes, mas llegad!-

Os invoque otro tiempo, y como Eva
La impura voz de la fatal serpiente,
Con atención mi juventud ardiente
Vuestros mágicos cantos escuchó.
¿Dónde mi dicha fue? la dulce calma
Huyó por siempre del doliente pecho :
El blando sueño abandonó mi lecho,
Y el porvenir sus puertas me cerró.

Este cansancio horrible que me abruma,
Sin hallar tregua a mi dolor profundo;
Los objetos que pasan en el mundo
Extendiendo sus sombras sobre mi;
Este cuerpo que dobla cada día
Triste la fiebre con su soplo ardiente;
Las arrugas precoces de mi frente,
¿Son esos los placeres que os pedí?

Si los perfidos cánticos de gloria
En la mar, en los aires escuchara:
Si alo menos el alma se lanzara,
Como otro tiempo, en alas de la fe;
Si las espesas sombras que me cercan
Su pensamiento grande disipase;
Si un fanal de esperanza señalase
Término y ruta a mi cansado pié;

Si en las olas sin fin del océano.
Si en los llanos inmensos del desierto,
Fuese a parar el pensamiento incierto,
Hallase norte su incansable imán;
Si el corazón latiese estremecido
Al eco del cañón en la batalla;
Bajo nubes preñadas de metralla,
Sobre el cráter ardiente del volcán:

¡Ay! entonces la dicha encontraría
Que nunca alcanzo, mas que siempre sigo;
La tierra estéril me ofreciera abrigo,
Y ancho camino abriera a mi ambición.
Mas es en vano ya: mi mente inquieta
En miserable circulo se agita;
No cual antes frenético, palpita
Con gloria y con amor mi corazón.

Crecen dos palmas su ramaje alzando
En orillas opuestas de un torrente,
Sin juntar nunca su follaje ardiente,
Sin unirse jamás, mas siempre amando.
Crecen, sus frentes tristes inclinando,
Hasta que airado el ábrego inclemente
Las sepulta a la par en la corriente,
Juntos sus troncos a la mar llevando.
Así también tu suerte de mi suerte
Separa, o Julia, piélago enemigo,
Y muero solo y misero sin verte.
En vano en mi delirio te persigo,
Que en las espesas sombras de la muerte
La tumba sola me unirá contigo.










EL SAUCE

Todo aspira vida nueva
Con la púrpura del sol:
La niebla blanca se eleva,
Mientras el céfiro la lleva
Entre nácar y arrebol.

En vano bañan tus ramas
Las ondas puras de] río,
Que vuelven del sol las llamas,
Y se rizan, como escamas,
A las auras del estio.

Vése al lejos la barquilla
Las arenas de la orilla
Con ancha veía dejar,
Y entorchando va su quilla
Las espumas de la mar.

En vano, tímida amante,
La brisa ansiosa procura
Calmar tu pena, y constante,
Gubre tu frente ondeante
Con perfumes, con frescura.

Lentamente Su capullo
Abre la tímida flor
De las brisas al arrullo
Todo en la tierra es murmullo,
Todo en el cielo esplendor.

Creces, o sauce, doblado,
Como la yerba en el mar;
Siempre anteel viento inclinado;
A] dolor predestinado,
Fue tu existencia llorar.

Solo tú, sauce doliente,
insensible a tal belleza,
No alzas al cielo tu frente:
En la orilla tristemente
Bajas tu hermosa cabeza.

Mas sensible que las llores,
Tú no insultas la afliccion
Con perfumes, con colores:
Tú comprendes los dolores
De un cansado corazón.

Tu vida es la del mortal,
Como el tuyo es su gemir:
Y esa existencia fatal
Es la vida universal:
Es nacer, sufrir, morir.










EN EL ALBUM DE UNA SEÑORA

Tú, cuya vida se desliza en goces,
Como entre sauces murmurante rio;
Tú, a quien se muestra el porvenir sombrío
Por un prisma de mágico color;
No pretendas que al coro que te aplaude
Mezcle sus roncos ecos la voz mía,
Porque el cantar que el labio entonaria
Fuera un cantar de admiracion y amor.


¿A que añadir, o Concha, mustias flores
Deshojadas por brisas vagarosas,
A la guirnalda de nacientes rosas
Que brilla en torno de tu blanca sien?
¿A qué, si llegan en propicios votos
Los perfumes, las joyas a millares,
al pié de tus magníficos altares
Mi pobre ofrenda demandar también?


Los ojos de un arcángel son tus ojos;
La risa de los cielos es tu risa;
Tu aliento es el perfume que la brisa
Va en el cáliz del lirio a derramar.
Sobre tu cuello pálido de nieve
Levantas tu cabeza entusiasmada,
Cual blanco cisne que apacible nada
Sobre la espuma del rizado mar.

Sigue en el verde valle de tu vida,
Siempre cogiendo y marchitando flores;
Vertiendo gracias, suspirando amores,
Do quier amada, con amor do quier.
Siga inspirando tu hechicero rostro
Modelos al pintor, canto al poeta:
Pasa, y semeja en tu carrera inquieta
Sombra feliz de celestial placer.

No envolveré con nubes de alabanza
Tu admirada y espléndida hermosura;
No diré que una rosa su frescura
Entre tus labios de carmin vertió :
Tu sabes que arrebatan tus palabras:
Que tu mirada lánguida embelesa;
Si hay una suerte superior á esa.
Mira, esa suerte te la diera yo.

Entre danzas, y juegos, y festines,
Tu pensamiento en el placer se olvida:
La estrella hermosa que anunció tu vida
Con sus propicios rayos la doró!
Pero si acaso entre los dulces sueños
Que te arrebatan en su vuelo ardiente,
Pasa una sombra por tu bella frente,
Mira, esa sombra la borrara yo.




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